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Hay que tener bien en cuenta que la conexión agua-energía opera de forma diferente según cuales sean la geología y, sobre todo, la topografía y las zonas edafoclimáticas de los territorios. Por ejemplo, la altitud media de la Meseta próxima a los 500 m sobre el nivel del mar y el predominio de clima mediterráneo, con zonas especialmente áridas, priman la potencia física, asociada a la cota, pero rebajan la potencia química, asociada a la calidad del agua, pues el agua que discurre por los cauces va ganando contenido en sales y perdiendo calidad de forma natural a medida que se acerca al mar, lo que no ocurre en zonas de clima húmedo, en las que los suelos están muy lavados y predomina la buena calidad natural de las aguas, cuya pérdida de calidad responde en estos casos sobre todo a la contaminación urbana o industrial. A la vez, en las zonas de clima mediterráneo la pérdida natural de agua por evaporación, acentuada además por los regadíos, es mucho mayor y mucho más acentuada en época estival que en las de clima húmedo, lo que explica la gran irregularidad de los caudales en cantidad y calidad (en clima mediterráneo los cauces pierden mucho caudal y calidad de agua en verano, mientras que en clima húmedo puede incluso ocurrir lo contrario: por ejemplo el Po lleva más agua en verano porque es cuando recoge el deshielo de los Alpes) (Véase Gascó y Naredo (dirs) 1996).

Una buena estrategia de gestión de la demanda requiere ajustar la calidad del agua a los requerimientos de cada uso. Esta gestión diferencial o inteligente de la calidad del agua permite un doble beneficio. Por un lado, se mejora y garantiza la calidad requerida para cada uso y por otro se eliminan tratamientos no necesarios y sus costes energéticos (y ambientales). Por ejemplo, reservar las aguas de máxima calidad para el abastecimiento humano en lugar de utilizarlas en regadío u otros usos menos exigentes, no sólo tiene claros beneficios para la salud humana sino que también reduce la necesidad de tratamientos previos y de potabilización, reduciendo la huella energética y ambiental de dicho abastecimiento humano. Por otro lado, un uso diferencial de las calidades del agua (gestionando calidades, de la misma forma que hay que gestionar cantidades) evitaría asignar aguas de elevada calidad a usos que realmente no la necesitan. En este sentido, la gestión inteligente de la calidad del agua es fundamental para minimizar la huella energética en la gestión del agua y sus usos.

Sin embargo, la dimensión energética, ligada a la localización física y a la calidad química del agua, ha recibido una atención secundaria en la visión hidráulica tradicional, la cual se ha centrado sobre todo en gestionar volúmenes, lo que ha dejado lado la importante cuestión de la necesidad de una gestión inteligente o diferencial de la calidad del agua con varios objetivos: reducir la huella energética y reducir las necesidades de captación de agua desde los ecosistemas, dadas las estrechas sinergias existentes entre cantidad y calidad del agua, aspectos ambos fundamentales tanto en el contexto de la transición hídrica como en el contexto de la transición energética. Además, esta gestión inteligente de la calidad del agua es fundamental para impulsar una economía circular del agua verdaderamente sostenible y que realmente contribuya a reducir la presión sobre los ecosistemas ligados al agua.

El presente proyecto de investigación pretende por ello contribuir a un mejor conocimiento de las relaciones entre cantidad, calidad, requerimientos energéticos y costes ambientales en los recursos y usos del agua, con el fin de mejorar y reorientar la gestión hídrica.

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