En ocasiones ocurre que una palabra, un término o una expresión, lanzados un buen día al azar y sin mayor afán de transcendencia, hacen fortuna; alguien los toma, pronto otros los retoman y en poco tiempo empiezan a ser de uso general sin saber cómo ni porqué han aparecido. Así ha ocurrido en cierta manera con la expresión Nueva Cultura del Agua, con frecuencia mentada de forma vaga, como un elemento añadido a la retórica del leguaje de la gestión,  sin una conciencia clara de su contenido ni de su alcance. A lo largo del presente artículo vamos a tratar de explicar y justificar el sentido de esa expresión.

Podemos decir que la expresión nace en España en el seno de la Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases (COAGRET)[1] a lo largo de los primeros años 90, en el contexto del debate social, del posicionamiento público de muchos técnicos y científicos independientes[2]-es decir, desvinculados de la actividad de los partidos políticos y de los pesebres de una Administración siempre politizada en el tema, al servicio fiel del Gobierno de turno-, y en especial al calor de las numerosas y concurridas manifestaciones populares de aquellos años contra las grandes políticas del agua anunciadas por entonces, que dejaban corta a la denostada manía de la época franquista por la construcción de embalses, que tanto criticaron los nuevos gestores

Eran proyectos que en su conjunto representaban una gigantesca operación de fontanería hidráulica, planteada sin el menor rigor ni cuenta hidrológica alguna, que sin duda escondían una compleja red de intereses o cuando menos una insensata decisión, una fantasía económica que ningún gobierno se podría permitir,… ¡Como así ha sido!

Un por qué

Simplificando, podemos decir que fueron cinco los detonantes que hicieron posible la afortunada expresión:

1) La forma brutal “manu militari”, como después de años de estar detenido el llenado del gran embalse de Riaño en el Esla, se procedió en años de democracia socialista al desalojo de las gentes de los nueve núcleos habitados[3].

2) La aparición en el BOE del 25 de mayo de 1992 del llamado Decreto de la Sequía surgido inesperadamente y de la manga -sin cuenta hidrológica, económica, social y medioambiental alguna, al aire del capricho y de la frivolidad políticos-, que de un plumazo declaraba de interés general y de urgente realización una larga serie de grandes presas en el Pirineo: Itoiz en el Iratí, Yesa en el Aragón, Biscarrués en el Gállego, Santa Liestra en el Esera, y Rialp en el Segre entre las más relevantes, antes siquiera de que se iniciara el gran debate hidrológico nacional prometido, que habría de ser “largo, democrático y riguroso”. Representaban esas obras un asalto y un desplume hidrológico de todo el Pirineo; eran una avanzadilla planteada con la intención de dar más legitimación a lo que vendría unos meses después, al gran Anteproyecto del Plan Hidrológico Nacional (APHNA)

3) La aparición solemne a las semanas de aquel decreto, esta vez con aires populistas de redención, de enfrentamiento teatralizado de los políticos aragoneses con Madrid, y de esperanza de futuro, del llamado Pacto del Agua de Aragón, que era la misma operación del Decreto de la Sequía, el allanamiento del camino para el asalto al Pirineo, considerado por el planificador como el gran oasis hidrológico del país al que aún se le podrían dar una par de vueltas de tuerca más. Igualmente, apareció aquel magno proyecto sin debate social y sin la menor cuenta hidrológica y económica[4].

Cuando hace años que tendrían que estar en servicio las 32 nuevas grandes actuaciones contempladas, la esencia de aquel plan sigue sin ejecutar (lo ejecutado ha sido una chapuza) formando parte de un continuo goteo millonario de fondos públicos maquillados de alternativas, nuevos proyectos y demás mareos de perdiz.

4) La guinda -la actuación que en la trastienda justificaba todas esas actuaciones proyectadas-, fue el anuncio en enero de 1993 de los contenidos del APHN, una gigantesca operación de fontanería hidráulica a escala de todo el país, una expresión de la megalomanía política de entonces, que incluía la ejecución de más de doscientas nuevas grandes presas y una red de trasvases que interconectaría entre si todas las grandes cuencas del país[5].

5) La forma como desde los arreglos y apaños del Gobierno, la Justicia declaró legal las obras de la presa de Itoiz, condenadas en la Audiencia Nacional primero y en el Supremo después, salvadas al final en el Constitucional por un voto a favor, tras la aplicación con carácter retroactivo de una ley promulgada con posterioridad a la ejecución de una parte muy relevante de las obras[6] .

Estaba planteado desde la más absoluta frivolidad económica, social y medioambiental, con la amenaza expresa de que si no se ejecutaba en el plazo diez años el crecimiento del país se ralentizaría de forma ostensible por falta de agua, y en el plazo de veinte sería poco menos que un caos apocalíptico. Hoy la realidad es que aquella brillante y salvífica idea -afortunadamente no fue ejecutada y fueron olvidados sus  planteamientos y sus agoreros diagnósticos. Afortunadamente, porque de haber sido ejecutada, hoy el endeudamiento económico del país sería mayor y el panorama actual de obras inútiles fruto de la frivolidad aún más desolador y vergonzoso.

Necesidad de una nueva filosofía hidrológica

El concepto y el mensaje de la nueva cultura del agua surgió en aquel contexto como un intento de reflexión y de toma popular de conciencia  del disparate y el atropello social, económico y medioambiental que suponían aquellos modelos de gestión, auténticas operaciones encubiertas del reparto y privatización fáctica de un bien tan singular como son el agua y los ríos. Nuestro mensaje era una invitación a comprender lo que el agua es y significa contemplada desde una triple dimensión, y a hacer ver la necesidad establecer los fundamentos éticos y morales en los que debería estar fundamentada en el futuro la gestión del patrimonio hidrológico del país. Esas tres dimensiones eran [7]:

1) El agua es la gran singularidad cósmica de la Tierra, que junto con la luz y el calor solares son los elementos fundamentales que mantienen  activo el ecosistema planetario; que el agua y los ríos  están donde están  -en la cantidad y distribución temporal precisas-, como resultado de un complejo gran equilibrio, cumpliendo unas funciones dentro de él, en el que todo está profundamente interrelacionado. Y que eso era y es así desde decenas de millones de años antes de que el ser humano apareciera en el escenario de la Tierra.

El agua y los ríos cumple unas funciones allí donde están, no sólo son el resultado de un equilibrio planetario, sino  a su la base de nuevos equilibrios, de forma que llevarse el agua a otra parte es dejar abandonado a su suerte a todo lo su presencia crea y alimenta yací donde está, incluidos los procesos y equilibrios geomorfológicos, entre ellos la pervivencia de la playas y todo lo que hoy en día de ellas depende, además de la vida marina del litoral y saciar las necesidades fisiológicas de la flora y la fauna.

2) Entender que desde que aparece el ser humano en el escenario de la Tierra, a partir del Paleolítico superior, apenas diez mil años, el agua empieza a convertirse también en un recurso; es decir, en un bien necesario para crear y alimentar determinados sistemas productivos, generar formas de bienestar, facilitar la navegación fluvial y el comercio, eliminar desechos de su actividad, generar energía, etc.. Todo eso acontece en un proceso lento e inocuo al principio, que en los últimos doscientos años, incluso mucho menos,  se acelera de forma eclosiva a través de determinadas intervenciones sobre el medio natural que la tecnología de la obra pública hace posible (presas, azudes, grandes perforaciones, canales, sistemas de elevación, trasvases, etc.), de la proliferación de la actividad industrial que conllevó la aparición de sustancias nuevas, extrañas para el medio natural, que se incorporan a los ríos, a las aguas subterráneas, a la atmósfera y a los suelos, y de la apetencia ilimitada de energía hidroeléctrica, y de los negocios e intereses que hay detrás de toda esa actividad, dispuesta a no respetar prácticamente nada, desde la filosofía del “todo vale”, porque el progreso lo justifica.

Obviamente, toda intervención sobre el medio natural genera una disfunción que, según su naturaleza e intensidad, puede ser imperceptible e inocua, poco relevante, relevante pero imperceptible o relevante y ostensible. En la medida que la tecnología ha avanzado y han ido proliferando los efectos directos o colaterales sobre el medio natural, la amenaza de alteración de los ecosistemas hídricos se ha ido haciendo más relevante y las apetencias por el agua y el asalto a los ríos creciendo.

Desde la perspectiva de su utilización al servicio de las necesidades y apetencias humanas, el agua y los ríos se han  ido así convirtiendo en una simple mercancía, que como tal -en sí misma y por todo lo que mueve y promueve, incluido el dinero público-, tiene un valor económico y especulativo. El chalaneo político no ha sido ni es ajeno a esa realidad.

La reflexión que se infiere de esa dinámica, es que en la medida que la explotación del agua y ríos tengan un valor monetario o de oportunismo económico y político, deja de ser un bien para convertirse esencialmente en un recurso y como tal, la apetencia que genera no tiene límite de satisfacción posible, de forma que toda el agua del mundo será siempre poca, porque el sistema se encargará de abrir nuevos campos de apetencia, que no de necesidad.

Dicho eso, es evidente que si no somos capaces de poner un límite a esas apetencias -sea económico, medioambiental, cultural o moral-, el destino de lo poco que va quedando es el pillaje, la privatización fáctica de un bien necesario, fundamental e insustituible, y en definitiva el holocausto hidrológico de las cuencas, de las regiones y de países afectados, con todas sus complejas consecuencias. ¿Qué importancia tiene todo eso? ¿La gestión oportunista de un gobierno, de unos gobernantes o de un parlamento puede estar legitimada desde la parodia de representar la voluntad soberana del pueblo a semejante intervención?

3) Hay que entender que el agua -con ser un bien natural necesario para el funcionamiento armónico del ecosistema terrestre en su actual equilibrio, y representar para el ser humano un recurso en parte necesario y en parte preciado y apetecido-, es también otras muchas cosas más  que no pueden ser ignoradas ni minimizadas.

Es el símbolo de la vida, es belleza, ha sido la materialización de la concepto sublime de la pureza, es emoción estética profunda y valor simbólico sublime. Los ríos son elementos consustanciales del territorio; es decir, parte de su esencia; son patrimonio de memoria, de cultura, de historia e identidad no solo de los territorios por los que discurren sino también de las ciudades y pueblos ribereños. El agua ha sido y es el símbolo de numerosas liturgias en todas las culturas de la historia de la humanidad; para muchos pueblos ha sido y es una fuente pública y gratuita de proteínas, la base y la garantía de su alimentación y su fuente de aprovisionamiento de agua para la ingesta.

A lo largo de la historia, la vinculación emocional del ser humano con el agua y los ríos no es comparable a la que ha tenido con ningún otro bien natural. En todas las cosmogonías el agua aparece ligada al origen de la vida; su murmullo y su fluir han tenido y tienen un valor mágico que responde a registros que están presentes en nuestra herencia genética, que aunque pueda parecer un hecho cultural perdido, no lo es; basta crear el clima adecuado para que esa profunda vinculación emocional emerja.

Los ríos son también belleza singular, su fluir ha sido y es fuente de compresión suprema, la que permitió a Shidartha, el personaje de la obra homónima de Hermann Hesse, alcanzar la paz interior. El agua  ha estado presente en los rituales de introducción al mundo de la gracia, de la purificación y el perdón de los pecados; siempre ha creído el ser humano que en ella ha estado el origen de la vida, y que su presencia es el don que permite su continuidad. El ofrecimiento del vaso de agua ha sido el símbolo de la hospitalidad. El respeto a ese significado metafísico ha elevado a muchos ríos a la categoría de lo sagrado.

La torpeza de determinadas políticas hidráulicas me han permitido acercarme al dolor humano y constatar la prepotencia y la ignorancia de la acción política, la ignorancia supina de muchos de sus altos cargos a los que cada presidente de turno les ha confiado su gestión; he visto  la perversión y el engaño ejercidos desde un lenguaje hidrológico orweliano con el que se ha nutrido el pensamiento de la sociedad y del mundo mediático.

El mundo lúdico y emocional del agua

Hace más de quince años la casualidad buscada, quiso que descubriera una nueva dimensión de la grandeza de muchos ríos ligada a su disfrute lúdico y respetuoso, que me ha acercado al mundo de la comprensión de la vida, del silencio interior, de la socialización, de sentido de la libertad, del mensaje profundo de la belleza natural, de la armonía que hay en todo,  y también a un forma poderosa de acercamiento entre las personas, al que hace unos años bauticé con el nombre de fluviofelicidad [8]

La fluviofelicidad es una forma complementaria de sentir la relación del ser humano con el agua fluyente, con los ríos, con la vida que albergan y con la liberación de nuestra componente lúdica, que ha abierto a muchas personas a un mundo de nuevas dimensiones en sus relaciones con los demás y con la naturaleza, y que a mí –personalmente- me ha permitido dar un sentido humanístico a mi saber científico. La belleza de un río que aún conserva una parte relevante de su pristinidad genera en el ser humano una sensación placentera de conexión con la armonía, y esa conexión genera bondad, y la bondad tiene un profundo valor transformador.

Hoy me atrevo a afirmar que quien no ha vivido un río por dentro, no ha viajado fundidosobre una piragua, en silencio, oyendo su fluir, observando el vuelo de las aves que habitan en sus frondosas riberas, no se ha detenido a bañarse, y no ha llegado finalmente al mar, tiene una visión muy cercenada y pobre de lo que es un río; una visión reducida a la que puede percibir desde un puente o desde una la orilla, desde la voz fría de un hidrograma, de un modelo de matemático, de un inventario de su fauna, o desde sus deseos de explotación. Una catedral, un museo,… no son lo mismo vistos desde fuera.

Epílogo

Dicho esto, la nueva cultura del agua es simplemente y de forma resumida, el intento de ponderar todo ese conjunto de realidades de manera inteligente; es decir, con la mirada puesta al servicio del bienestar integral del ser humano, sabiendo que para alcanzarlo es necesario vivir en buena relación con uno mismo, con los demás y con la belleza que emana la armonía que hay en pristinidad del orden natural. Es un intento de controlar la apetencia desmedida por el agua para salvar lo que es y representa para la grandiosidad de la naturaleza y para el mundo emocional. Es un granito de arena más en la tarea de construir un modelo de progreso al servicio de la grandeza del ser humano, y no de la codicia.

La nueva cultura del agua es la necesidad de rescatar la palabra en medio de un lenguaje hidrológico orwelliano, perverso y manipulador, que habla del agua como de un bien escaso y mal repartido que exige grandes intervenciones que ocultan mayores intereses, cuando la escasez en verdad la generamos nosotros con nuestras apetencias desmesuradas y mal distribuidas, maquilladas de necesidad y de llamada hipócrita a la solidaridad hidrológica; un lenguaje que habla de ríos a los que les sobra agua, de aguas que se pierden inútilmente en el mar, etc.,  mezclando escalas, realidades y situaciones. Todo ello en medio discurso  que nos acosa y asusta pero que se olvida denunciar nuestra incapacidad para crear una cultura de la paz y de un bienestar solidario para todos; que ignora o niega el valor de la belleza como un alimento espiritual de primera necesidad pese a que cada fin, de semana, cada vacación, salgamos desesperados a buscarla, porque la belleza nos reconforta y nos da paz.

Con frecuencia -al defender esos valores del agua y exigir un mínimo de respeto frente las políticas vigentes de tierra quemada y el abuso, de violación de derechos de las generaciones venideras, al romper una lanza por el sentido humanístico del progreso y la necesidad de una relación cultural con el agua como medio de controlar la codicia  humana-, somos “acusados” de filósofos, de poetas, de ecologistas , de no pisar tierra  y  de fundamentalistas, cuando el mayor fundamentalismo de los tiempos es el la defensa del actual sistema de progreso, materialmente insostenible y espiritualmente deshumanizado, alimentador de diferencias vergonzosas que generan odios y violencias silenciadas, un mundo en guerras permanente, en un modelo de progreso que no deja de ser una expresión descontrolada de la codicia humana, en un sistema de vida de dorada  apariencia pero regido por la ley del más fuerte. ¿Dónde están la inteligencia y el progreso, pregunto?


[1]Martínez Gil, F. J. (1976). Una Nueva Cultura del Agua. Colec. Nueva Cultura del Agua nº 1. Bakeaz. 131 págs.

[2] Arrojo, P, et al (2001): El Plan Hidrológico Nacional a debate. Colec. Nueva Cultura del Agua nº 8. 43 Informes técnicos Bakeaz. 487 págs.

[4] Martínez Gil. F.J. (1997): El pacto del Agua deAragón. En “El agua a debate: El PHN. El Pacto del agua de Aragón y los trasvases” págs 61 a 121. Jornadas universitarias. Edizions de l´Astral. Rolde de Estudios Aragoneses

[5] Martínez Gil. F.J. (1993): Aportaciones al debate sobre el Anteproyecto de Plan Hidrológico Nacional. Revista Aragonesa de Adminisración Pública. nº 3 Dicc 1993. Págs. 65 a 137. 

[6] Beaumont, Mª.J. et al. (1997): El embalse de Itoiz, la razón o el poder.  Colección Nueva Cultura del Agua nº 3. Bakeaz 321 págs.

[7] Martínez Gil. F.J. (2008): Una Nueva Cultura del Agua en un  mundo en crisis. Colecc. Actas, 71. Fundación  Seminario de Investigación para la Paz. Jornadas El agua derechohumanoyy raiz de conflictos. Zaragoza. Págs. 549/564

[8]Martínez Gil. F.J. (2010): Una nueva cultura del agua y de a vida: la experiencia fluviofeliz. Ed. Fundación Nueva Cultura del Agua. Zaragoza. 126 págs.