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Quienes la habéis degustado, ya sabéis que la fluviofelicidad es un estado de bienestar profundo que nos invade a lo largo de esos encuentros en el río que desde hace ya ocho años organizamos en la Fundación, abiertos a todo el que participar, que nos permiten viajar en una piragua durante dos, tres o más días seguidos, camino del mar.

La fluviofelicidad es una de nuestras actividades que año tras año va tomando cuerpo y ganando fuerza como expresión genuina de esa Nueva Cultura que pregonamos. Se sirve del agua como hilo conductor para un análisis de una realidad que trasciende la percepción simple hidrológica de lo que es un río. Utiliza la magia y el simbolismo que siempre ha tenido el agua en nuestro mundo emocional para llevarnos, en primer lugar, a comprender qué es un río y que significa su presencia en un territorio, más allá de un recurso a explotar, y más allá también de la visión cercenada que de ellos nos dan la ciencias, sean las ciencias exactas de la cuantificación numérica, sean las ciencias biológicas.

En segundo lugar, la experiencia fluviofeliz nos permite enfrentarnos ante los ríos como espejos de nuestra realidad humana, personal y colectiva, en ellos se puede ver el rostro oculto de nuestro modelo de progreso, que nos enfrenta a la obscenidad moral de la degradación sin límite a la que les tenemos sometidos, ignorando o minimizando no sólo sus funciones de naturaleza sino también su significado metafísico.

Al verlos de cerca, los ríos acaban siendo el reflejo de nuestras propias miserias, de una crisis de civilización que tiende a contemplar la Tierra no como un hogar compartido sino como un acopio de recursos diversos a explotar, privatizables y, por tanto, codiciados. Los ríos nos ayudan a constatar que en muchos aspectos hemos hecho del saber y de la tecnología una herramienta, que todavía no hemos sido capaces de poner al servicio de una mejor convivencia y bienestar compartidos de la gran familia humana, para un progreso inteligente y responsable, sino esencialmente como un instrumento destinado a la acumulación de poder, la generación de diferencias entre los seres humanos y el atropello desmesurado a la naturaleza; un arma de dos filos que con excesiva frecuencia acaba utilizada por nosotros mismos contra nosotros, sus torpes creadores .

La experiencia fluviofeliz que Javier Martínez Gil explica en su libro editado en el pasado verano del 2010 por la FNCA, es una metáfora la vida que nos enseña a comprender la dimensión científica, técnica y humana de los ríos, y a buscar en los proyectos planificadores la mesura frente al atropello dominante, impuesto en aras de un falso progreso que no es tal sino barbarie, siempre justificados en aras de un pretendido interés general que suele ser privado y sectorial, y de una falsa participación social en los planteamientos y toma de decisiones, incapaz de poner en cuestión las grandes intenciones.

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