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“Hacen falta más embalses e infraestructuras para afrontar un futuro con más sequías e inundaciones”
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El cambio climático ya está suponiendo la reducción de los recursos hídricos y el aumento en la intensidad y la frecuencia de las sequías y lluvias torrenciales. Ante esta realidad, desde distintos ámbitos se está lanzando la idea de que hacen falta más embalses y trasvases para reducir el impacto del cambio climático.
“Hacen falta 50 presas nuevas para afrontar un porvenir con menos lluvia”. Carlos Granell, secretario general del Comité General de Grandes Presas.
Pero cuando analizamos este enunciado, surgen evidencias que lo contradicen.
Más embalses y trasvases no van a garantizar que tengamos una mayor cantidad de agua disponible.
Quienes defienden los embalses y trasvases lo justifican por el hecho de tener más capacidad de almacenar el agua en momentos lluviosos (evitando por ejemplo que se pierda en el mar), así como para transportar el agua desde donde sobre a donde falte.
Pero en realidad, la capacidad de almacenar agua en España es excesiva porque el agua disponible es muy inferior a dicha capacidad. Además, este exceso será mayor en el futuro, porque los recursos hídricos se seguirán reduciendo debido al cambio climático.
En 2005 España contaba con más de 1.000 grandes presas que sumaban una capacidad de más de 56.000 Hm3.
Ocupa uno de los primeros lugares del mundo en número de grandes presas por habitante, con 30 grandes presas por cada millón de habitantes. (Del Moral y Saurí, 2013)
Las grandes infraestructuras hidráulicas provocan desplazamientos de población, destrucción de paisajes y actividades tradicionales, y reducen la biodiversidad en los ríos y valles afectados.
A nivel social, los más de mil grandes embalses que existen en España han supuesto la desaparición de otros tantos valles, incluyendo campos de cultivo y otros aprovechamientos tradicionales, así como restos arqueológicos, y han ocasionado, desde 1940, la desaparición de alrededor de 500 núcleos habitados.
En cuanto a los impactos sobre el medio ambiente, los embalses alteran los caudales, la temperatura del agua o el libre flujo de los sedimentos, y se impide la migración de peces, mientras se favorece el desarrollo de especies invasoras. De esta manera, se está perdiendo aceleradamente la biodiversidad en los ríos de la península ibérica, una de las más singulares de Europa.
Esta reducción de caudales y pérdida de la diversidad también se produce en el caso de los trasvases, con consecuencias especialmente graves en el río cedente, pero también en el receptor.
La mezcla de aguas de distinto origen y características da lugar a la introducción de nuevas especies en el río que recibe la transferencia de aguas, especies que con frecuencia desplazan a las nativas.
Además, en los territorios de destino de las aguas, las expectativas de desarrollo que suele generar el anuncio y puesta en marcha de un trasvase suelen hacer que se incrementen las demandas, con lo que la realidad es que, al final, la escasez en lugar de disminuir, aumenta.
Debido al cambio climático y la alta demanda de agua, los embalses no guardan reservas de un año a otro.
En muchos territorios en España la demanda de agua está por encima de los recursos disponibles. De esta manera, no es posible acumular agua en periodos lluviosos para utilizarla en periodos secos. Así, los embalses no pueden guardar agua de un año para otro, y no funcionan como una “reserva” para afrontar futuras sequías.
En el caso de que fuera posible mantener llenos los embalses para futuras sequías, este tipo de gestión sería contradictoria con otra importante función que se atribuyen a los embalses: amortiguar lluvias torrenciales y avenidas. Esto requiere que los embalses se sitúen lejos de su máxima capacidad de almacenamiento.
Los embalses también se usan para generar energía hidroeléctrica, lo que requiere de sueltas continuadas de agua que tampoco permiten mantener los embalses llenos para futuras sequías.
Los trasvases no funcionan para compartir recursos entre territorios, porque la sequía se extiende cada vez más, incluso a territorios más húmedos.
Con respecto a la efectividad de los trasvases en situación de sequía, el cambio climático no solo está causando un aumento de la frecuencia y de la intensidad de los periodos de sequía, sino también un aumento de la extensión de los territorios que se ven afectados por la sequía.
Por ejemplo, en el año 2015 la sequía afectó de forma generalizada a buena parte de la península ibérica. La cuenca del Duero fue una de las más duramente afectadas, y la sequía afectó de forma notable incluso a Galicia, un territorio que habitualmente no se asocia con este fenómeno.
En una situación de sequía con una extensión territorial tan amplia, no hay zonas que estén en condiciones de aportar agua a otros territorios, por lo que los trasvases no funcionan. Esta realidad se ha evidenciado con el caso del trasvase Tajo-Segura debido a que cuando la cuenca del Segura entra en sequía, lo hace también la cabecera del Tajo. Esta tendencia a sequías de gran amplitud territorial seguirá en aumento debido al cambio climático.
En resumen, los embalses y los trasvases no son soluciones eficaces en situaciones de sequía y lo van a ser menos en el futuro, porque disminuirá la capacidad de regulación hiperanual de los embalses debido a la presión de las mayores demandas y los menores recursos, y porque las sequías tenderán a generalizarse en amplios territorios.
Si los embalses realmente previnieran las inundaciones, no sufriríamos sus daños, pero ocurre lo contrario.
España es uno de los países con mayor regulación hidrológica del mundo. Si los embalses realmente contribuyeran significativamente a reducir los daños por inundaciones, se debería estar detectando una reducción de tales daños, puesto que cada vez tenemos más capacidad de embalsar agua. Sin embargo, ha ocurrido justo lo contrario: el riesgo frente a las inundaciones es mayor a comienzos del siglo XXI que veinte años atrás.
La causa no tiene que ver con la falta de embalses sino con la mayor ocupación de zonas inundables, el incremento de las superficies impermeables por urbanización e infraestructuras, el estrechamiento de los cauces, e incluso la construcción de infraestructuras de defensa inadecuadas frente a avenidas, como encauzamientos y motas.
Construir nuevos embalses supondría en la mayoría de los casos despilfarrar dinero público en obra ociosa. Con el cambio climático los recursos disponibles serán menores y por tanto las infraestructuras existentes estarán aún más sobredimensionadas de lo que ya están. Construir más embalses y trasvases no traerá más agua, así que no son una solución frente al cambio climático.
Además, las infraestructuras más eficientes ya fueron construidas en el pasado, por lo que los nuevos proyectos, además de poco o nada útiles, tendrían un coste económico y ambiental desproporcionado.
En realidad, frente al incremento de las sequías hemos de adaptarnos reduciendo las demandas de agua, tanto agrarias como del resto de usos, y recuperando y protegiendo las fuentes naturales de agua (ríos, manantiales, acuíferos). Frente a las inundaciones hemos de adaptarnos respetando las zonas inundables, devolviéndole a los ríos su espacio y promoviendo soluciones basadas en la naturaleza en zonas agrarias y urbanas para reducir los daños por inundaciones.
El trasvase Tajo-Segura se planificó en los 70 y se construyó en los 80 para ampliar regadío en el sudeste, una zona con poca agua pero en la que se pensaba que había potencial agrícola
Con la construcción del trasvase, se crearon más regadíos de los previstos, y además llega menos agua de la prevista, con lo cual esta obra hidráulica casi ningún año ha aportado el agua que demandan los regadíos que se crearon por el trasvase.
La reducción de recursos disponibles también está afectando a los trasvases ya existentes y lo hará aún más en el futuro. En el caso del trasvase Tajo-Segura, desde los años 80 y hasta los primeros años de la década de 2000, los recursos disponibles en la cuenca alta del Tajo, donde se origina el trasvase, disminuyeron en un 47,5 % con respecto a las medias históricas.
Es decir, el volumen de agua que anualmente se puede transferir de un río a otro es aproximadamente la mitad de lo esperado. Además, esta tendencia aumentará en el futuro debido al cambio climático.
Los estudios disponibles muestran que para el periodo 2020-2090, con las reglas actuales del trasvase Tajo-Segura, las transferencias de media no superarían el 20 % de las planificadas en el escenario climático más favorable y el 8 % de las planificadas en el menos favorable e incluso habrá periodos de 3-4 años seguidos en los que la transferencia será nula, incluso en el escenario más optimista.
Un trasvase hídrico capta agua de un río (donante) y lo conduce a través de canalizaciones, bombeos y otras infraestructuras hasta otro río (receptor) situado en otra cuenca o en otro territorio diferente.
A veces se confunde la sequía, que es un periodo en el que llueve menos de lo normal, con la escasez, que ocurre cuando la demanda de agua supera a la cantidad de agua disponible. Mientras la sequía es un componente normal del clima, la escasez muchas veces es una consecuencia de la actividad humana, que crea demandas por encima del agua disponible.
Los embalses alteran los caudales naturales de los ríos, que pasan a estar regulados por el embalse. Cuando la cantidad y capacidad de los embalses existentes es muy elevada, como ocurre en España, se produce un exceso de regulación o hiperregulación hídrica, con consecuencias muy negativas a nivel ambiental (impactos ecológicos en los ríos) y social (pérdida de usos tradicionales, población y patrimonio cultural de los territorios afectados).
Se refiere al almacenamiento de agua en embalses en años húmedos para utilizarla en años secos. Cuando las demandas son muy elevadas prácticamente toda el agua embalsada en un año se utiliza en dicho año, con lo que los embalses pierden esa función de regulación hiperanual.
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