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“Los regadíos son sumideros de carbono que ayudan a fijar el CO2”
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Las comunidades de regantes y los gobiernos autonómicos que apuestan por el desarrollo de los regadíos suelen defender este tipo de agricultura por sus efectos positivos sobre la disminución del efecto invernadero.
“Los regadíos, las Comunidades de Regantes somos sumideros de CO2, cazadores de CO2, convertimos el aire “malo” en aire “bueno” y nos tendrían que pagar por este “trabajo”. Que nos paguen la HUELLA DE CARBONO como unos países pagan a otros por las emisiones de CO2.”
Esta defensa de los regadíos relaciona la contribución de estos a la amortiguación de los efectos del cambio climático solo por su capacidad de retener CO2, sin tener en cuenta que los regadíos son también emisores de CO2 y de otros gases de efecto invernadero (GEI). Estas emisiones dependen del tipo de cultivo, de los métodos agrícolas empleados, de los insumos aplicados y energía necesaria, de la vida media del cultivo y de su destino final, entre otros factores.
El impacto de los regadíos en el cambio climático no lo producen solo las emisiones de CO2 sino también las de otros gases.
Con respecto a las emisiones de los regadíos, además del CO2, el metano o el óxido nitroso son otros gases de efecto invernadero que, por ejemplo, están asociados al cultivo de arroz y al uso de fertilizantes nitrogenados (FAO, 2004), cuya aportación es muy elevada en regadíos intensivos.
La agricultura es la responsable de entre el 10 y el 12 % del total de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por la acción humana. (Sapikota et al., 2020)
La capacidad de almacenar CO2 de un cultivo depende de su tiempo de vida, y en el caso de los regadíos, ese ciclo es muy corto.
Con respecto a la capacidad de los regadíos de funcionar como sumideros, no es igual la capacidad de almacenar carbono de un bosque maduro, con árboles que viven cientos de años, que la de un cultivo de frutales leñosos que duren unos 15 años, o una plantación de lechugas que se cosechan en pocas semanas.
Cuando un cultivo termina su ciclo, el carbono almacenado pasa de nuevo a la atmósfera a través de distintas vías, desde la quema de residuos vegetales al consumo de los alimentos y al vertido de residuos. Por tanto, para valorar la capacidad de actuar como sumidero de un sistema agrícola, es necesario conocer la duración media del cultivo.
Si bien los cultivos leñosos de ciclo largo pueden constituir sumideros de carbono, los cultivos de ciclo corto como los anuales no pueden considerarse sumideros, porque el CO2 captado durante el crecimiento del cultivo es de nuevo liberado a la atmósfera tras la cosecha.
Simplemente pasar de un cultivo herbáceo a un pastizal natural ya logra reducir las emisiones de carbono generadas.
El principal almacenamiento de CO₂ en los cultivos agrícolas está constituido por la materia orgánica contenida en el suelo, que en los métodos actuales de cultivo, se ve reducida.
El principal almacén de CO2 en los cultivos agrícolas es la materia orgánica contenida en el suelo. Sin embargo, a lo largo de las últimas décadas el abandono de prácticas tradicionales de conservación de suelos y la intensificación de los cultivos ha ido reduciendo progresivamente el contenido de materia orgánica del suelo agrícola y por tanto su papel como almacén de CO2.
Debemos considerar no solo cuánto CO₂ puede almacenar un cultivo, sino todos los gases de efecto invernadero que genera su producción y su consumo.
Es necesario considerar no solo la capacidad de almacenamiento de CO2 del cultivo (muy pequeña o nula en el caso de los cultivos anuales), sino también las emisiones totales GEI que dicho cultivo genera a lo largo de todo su ciclo de vida. Esto incluye el cambio de uso del suelo (si es de nueva implantación), los insumos de fertilizantes y plaguicidas, las emisiones GEI generadas por los propios fertilizantes y estiércoles, el consumo de energía en regadíos tecnificados, así como el uso de maquinarias y otros materiales y tecnologías que requieren energía y por tanto generan emisiones.
El resultado final es que un cultivo suele ser un emisor neto de gases de efecto invernadero, no un “sumidero de carbono” como desde ciertos sectores se afirma para defender la implantación y extensión de los cultivos de regadío.
Reducir las emisiones en la agricultura, incluyendo el regadío, requiere recuperar las prácticas de conservación del suelo con el fin de aumentar la materia orgánica acumulada en los suelos agrícolas, promover la agricultura ecológica, de mínimo laboreo y sin aportación de fertilizantes de síntesis ni pesticidas y reducir el consumo energético, apostando por el riego por gravedad cuando sea posible y por otras técnicas de reducción de la huella energética en el regadío y en el resto de sistemas agrarios.
La cantidad de CO2 que un cultivo herbáceo de regadío puede fijar es pequeña y además se almacena durante un tiempo muy breve.En su cultivo se producen emisiones de CO2 y de otros gases de efecto invernadero provenientes, entre otros, de los fertilizantes. También se producen emisiones en su transporte, envasado y comercialización. Cuando el cultivo se transforma en alimento, el CO2 fijado vuelve a la atmósfera, incrementado además por todo su proceso de cultivo y consumo.El resultado final es que las emisiones de los regadíos son muy superiores a su capacidad de almacenamiento de CO2.
Un gas de efecto invernadero es un gas atmosférico que absorbe y emite radiación dentro del rango infrarrojo. Este proceso es la fundamental causa del efecto invernadero. Los principales GEI en la atmósfera terrestre son el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y el ozono.
Los cultivos leñosos están constituidos normalmente por árboles. Incluyen los árboles frutales, el olivo, el almendro y la vid, entre otros.
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