Degradación de ecosistemas y hambre

En pocas décadas, hemos desecado gran parte de los humedales, talado bosques de ribera, rectificado, estrechado y amurallado cauces; hemos quebrado la continuidad del hábitat fluvial con decenas de miles de grandes presas; hemos contaminado y sobreexplotado acuíferos y ríos, que ya ni siquiera llegan al mar. En nombre del “progreso”, en suma, hemos quebrado la sostenibilidad del ciclo hídrico, haciendo del medio acuático continental el que registra la mayor proporción de especies extinguidas o en extinción. Sin embargo, esa quiebra en la salud de los ecosistemas acuáticos, no sólo afecta a la biodiversidad, sino que agrava dos de los grandes problemas de la humanidad en el siglo XXI: el del acceso al agua potable y el del hambre. La degradación de ríos, lagos y humedales ha acabado tornándose en enfermedad, hambre y muerte, especialmente en las comunidades más pobres. La mayor parte de las proteínas en la dieta de esas comunidades procede de la pesca. Hoy asistimos a desastres humanitarios consumados al tiempo que se anuncian otros más graves, por quiebra de las grandes pesquerías continentales. Casos como los del Mar de Aral , el Lago Chad, el Lago Victoria, el Río Urrá, la Amazonía, el Paraná, o el Mekong, son ejemplos de cómo la degradación de los ecosistemas acuáticos puede agravar los problemas de hambre en el mundo.